sábado, 22 de agosto de 2009

Viejo lugar, nuevo monstruo.


Un día me desperté y no estaba en mi cama. Bajé suavemente, mitad confundido, mitad desorientado. No sabia donde me encontraba. Parecía un extraño lugar. Para mi era un mundo diferente. Me moví lentamente hacia una ventana y una especie de soga se encontraba oculta detrás de una diminuta madera. Me llamó a que la tomara suavemente y comenzara a deslizarla lentamente corriendo poco a poco por mi mano. Con un pequeño murmullo me fue mostrando un espacio, un lugar oculto tras esas hendijas. Empezaron a erguirse muchas construcciones, algunas altas y otras bajas. Una franja oscura estaba sobre la tierra. Era de color negro-grisáceo y parecía atrapar diminutos fragmentos de piedra. Mire sorprendido. Corriendo me fui hasta la puerta. Me invadía la desesperación. Encontré una escalera, la baje corriendo. Abrí una puerta y me encontré al aire libre. ¿Libre? Estaba todo rodeado de tantas casas y edificios que no parecía quedar mucho aire sin utilizar. Un mundo raro, cambiado, desconocido. Personas que iban y venían apresuradas. Automóviles que circulaban sin dar tregua. Todo era un completo caos, ruidoso y desafiante.

Esa tranquilidad que me rodeaba día a día ya no existía. Se había transformado en algo horrible. Las calles no eran de tierra, el pasto casi no existía. La locura apoderaba cada uno de los cerebros de esa gente. Todos como seres ajenos al mundo que los rodeaba.
Para mí todo lo que veía era algo que me hacia sentir pequeño, diminuto, indefenso y vulnerable a todo. Ya no estaba en el mismo lugar que antes. Todo había cambiado.
Mi lugar ya no se llamaba Napaleofú. Su nombre se había transformado en Mar del Plata.
La vida no era la misma. Intenté probar si lo que me ocurría era un sueño. Metí mi cabeza bajo el agua, me abofetee solo, me pellizque, pero fue en vano. Estaba más despierto que nunca. Estaba en un nuevo lugar. Eso significaba que un cambio de página azotaría mi forma de vivir. Eso significaba que yo estaba sólo en medio de ese monstruo, largándome a caminar la vida de una nueva manera.

Sin darme cuenta el tiempo pasó, el monstruo que en un comienzo me intimaba ya me veía con otra mirada más suave.
Me invitó a que conociera sus más lindos refugios y con ellos a los guardianes de sus puertas. Esos soldados que custodiaban parecían ser muy rudos, fuertes y fríos, pero no tuvo que avanzar tanto el reloj para poder descubrir que en verdad eran seres maravillosos, con un interior blando, sensible y cálido.

Algunos de los guardianes eran iguales a los tipos de barrio, otros cuando hablaban parecían flotar en un mar de letras. También estaban los que decían saber volar, que eran libres como pájaros. El monstruo también me presento a una pareja real: un Rey y una Reina que caminaron contándome sus historias bajo un Sol que brillaba desde el lugar más hermoso, a veces un tanto lejos.

Antes había escuchado que si reís, el mundo lo hace con vos, pero si lloras lo haces solo. Este gran extraño me demostró que todo se puede cambiar, porque ahora lloro acompañado.

Una de las mayores lecciones que la vida me enseñó compartiendo mis horas con el monstruo llamado Mar del Plata fue avanzar paso a paso para alcanzar la meta, caminando confiado y a veces cometiendo locuras, pero recordando que siempre hay otra chance, otra amistad, otro amor, una nueva fuerza.