La noche estaba tan fría y fea. El cielo gris, anaranjado por las luces de la ciudad. Yo me proponía caminar y pensaba intentarlo. Comencé a deslizarme lento, disfrutando de las primeras lágrimas que caían desde allá arriba. Poco a poco el llanto del firmamento iba creciendo y empezaba a sentirme aun más tranquilo.
Los coches pasaban a mí alrededor, apurados por estar bajo techo. Yo caminaba tranquilo. Ese aire frío me pegaba con una fuerza atroz, pero lo ignoraba.
De pronto, al medio de la vereda, encontré una bella caja envuelta y con un moño, era ese regalo que todavía esperaba a su dueño. Lo pateo, pensando que podría ser una sorpresa explosiva. Pero no, no pasó nada. Entonces es cuando sólo me agacho un poco para tomarlo entre mis manos. ¿Qué tan malo puede ser lo que tenga en su interior como para arruinar mi caminata bajo la lluvia?. ¿Por qué nadie había pasado por él?.
Cuando lo tengo entre mis manos húmedas veo que tenía una tarjeta. La tinta de las letras ya estaba cuasi borrosa, desfigurada por el agua. Una frase me decía “Para vos”. Me apresuro en abrirlo. Saco el moño, el papel, destrozo la tapa de la caja y me encuentro con todo eso. Lo agarré con todas las ganas, lo abracé, puse esa caja contra mi corazón y empecé a correr.
Corrí desesperado, esquivando toda la gente que se me cruzaba en el camino. Ellos corrían como yo, pero seguramente estaban apurados por llegar a sus casas, sentarse en los sillones, mirar la TV. Yo corría también para sentarme y no al lado del calor, sino al frío de la noche, del invierno.
Necesitaba llegar. Hasta que no estuviera cerca no pensaba en frenarme. Ahí me detuve, saqué mis zapatillas, tiré el buzo al suelo y caminé descalzo con mi jean, la remera y ese regalo tuyo aferrado a mi cuerpo.
Me senté al borde del mar. Volví a abrir el paquete para sacar tu foto y pensar que pronto estaría en tu camino. Muy pronto estaríamos unidos. Saqué todo lo de la caja. La foto, el reloj, esa flor marchita y tu nota que me decía “Te estoy esperando, quiero que vengas a buscarme. Sola no quiero seguir en este lugar. Te extraño.”
Puse todo en la arena y mientras la lluvia caía sobre mi cuerpo vulnerable me largué a llorar, imitando las lágrimas del cielo, compartiendo mi dolor. Vos estabas mirándome como tantas veces y yo buscándote en silencio.
Escuchaba a lo lejos las sirenas, los motores, las bocinas de los autos, los gritos. Pero de repente los acordes de guitarra de aquel viejo tema se hicieron presentes en mi oído. Me paré. Sentí que estabas cerca. Te busqué y en el agua encontré tu reflejo. Tomé entre mis manos la flor marchita que me esperaba entre los caracoles vacíos y me propuse susurrarte eso que tanto te gustaba, aquello que más tarde sería una canción…
“Te amo, más que a un nuevo mundo, más que a un día perfecto,
más que a un suave vino, más que a un largo sueño,
más que a la balada de un niño cantando,
más que a mi música, más que a mis años,
más que a mis tristezas, más que a mis quehaceres,
más que a mis impulsos, más que a mis placeres,
más que a nuestro juego preferido, más aun que eso te amo.”
Cuando escuchaste eso me tendiste tu mano, me regalaste una sonrisa. Yo estiré mi brazo, con la rosa marchita colgando de mis dedos y caminé, a tu alcance. Poco a poco esa manta de agua me iría cubriendo y yo me acercaba a tu encuentro. Mientras el mar me abrazaba en su interior, yo caminando, flotando, iba diciendo I can’t help falling in love with you...
Somos ricos y famosos...
Hace 15 años.
2 comentarios:
cuántas emociones, cuán cierto todo.
Siga deslumbrando John, que aquí estaré
cual ávida lectora.
Saludos
Qué lindo!
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